La Magia de las Noches de Infancia: Cuentos y Abrazos

Cuando somos niños, hay momentos que, sin saberlo, quedan grabados en la memoria para siempre. Son esos instantes sencillos, cotidianos, pero llenos de magia y calidez. Ahora, de adulto, miro atrás con nostalgia y una sonrisa en el rostro, recordando aquellas noches en casa, cuando, después de un día de aventuras, llegaba la hora de ir a la cama.

No hay sensación más acogedora que la de meterse entre las sábanas con una mezcla de cansancio y emoción. El cuarto a oscuras, pero lleno de sombras amigas. Los pasos de mis padres acercándose, el ruido suave de la puerta al abrirse, y entonces, esa presencia cálida que lo envolvía todo. Recordar cómo se sentaban al borde de la cama, con los cuentos bajo el brazo, es como sentir, otra vez, esa tranquilidad absoluta.

Esos cuentos tenían algo especial. No era solo la historia lo que importaba, sino el sonido de las voces de mis padres, modulando cada palabra, dando vida a los personajes y haciendo que el mundo de fuera desapareciera por un instante. No había miedo, no había preocupaciones; solo esa seguridad de estar acompañado, de saber que siempre habría alguien a quien recurrir.

Cuando recuerdo esos momentos, siento una mezcla de alegría y nostalgia. Alegría porque, en esa simplicidad, estaba la verdadera felicidad. Nostalgia porque esos momentos ya pasaron, pero vivirán para siempre en mi corazón. El aroma del cuento, las mantas bien ajustadas, y ese último abrazo antes de cerrar los ojos… todo aquello me hizo sentir amado, seguro e importante.

Ahora, como adulto, me doy cuenta del poder que tenían esos pequeños gestos, esa rutina que mis padres construyeron con tanto amor. Eran mucho más que historias para entretener; eran puentes que me unían a ellos, recuerdos que, ahora, vuelven para acompañarme en las noches más solitarias. Porque, de algún modo, al rememorar aquellos días, siento que nunca dejé de ser ese niño que esperaba el cuento y el abrazo antes de dormir.

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